En el número 21 de la revista Puente Nuevo, editada en el mes de junio de 2004, publicamos un artículo relacionado con el descenso de ríos y barrancos deportivos en la Serranía de Ronda, actividades relacionadas con el agua y por tanto apropiadas para realizar durante la época estival. Estamos en Andalucía y es obvio que en verano el calor aprieta, lo que induce a una mayoría de amantes del senderismo y de las actividades al aire libre, a tomar un respiro en espera de la llegada del otoño, cuando las temperaturas se suavizan. Sin embargo y a pesar de estos contratiempos, los miembros de la Asociación Senderista Pasos Largos no bajamos la guardia, y durante estos meses aprovechamos las horas de menor sopor para disfrutar de las llamadas “subidas matutinas o vespertinas”, que consisten, como su propio nombre indica, en caminar bien temprano, o durante el ocaso, para gozar desde los cerros, cumbres y lomas, de los espléndidos amaneceres de la Serranía o de las sin par puestas de sol de nuestra extensa y variopinta comarca serrana.
Sin duda, las más conocida de estas actividades y la que abre la temporada veraniega es la tradicional subida nocturna al Torrecilla (1.919 m), máxima altura de la Serranía y del occidente andaluz, situada como bien sabrán, en el Parque Natural Sierra de las Nieves.
Con la de este año se ha cumplido la XII edición, estando dedicada desde hace un par de años a nuestro compañero desaparecido: Antonio Gómez Cañero. Como cada año iniciamos el recorrido en el área recreativa de Quejigales, de donde partimos a eso de las 3,30 h de la madrugada, aprovechando la luz que nos brinda la primera luna llena de junio. Es todo un acontecimiento y una experiencia inigualable, sobre todo el caminar en penumbra, disfrutando del frescor de la noche y de las sombras que dibujan los pinsapos, los quejigos, las torcas y las dolinas que se extienden por toda la meseta de Quejigales, aunque el momento álgido llega con la salida del sol, que aparece tras las sierras Prieta y Cabrilla, unos años como una enorme bola naranja y otros, más discreto y difuminado por las nieblas matutinas, pero eso si, siempre distinto, con pinceladas de colores difíciles de imaginar sino es contemplando el ortus in situ; entonces y por breves instantes te sientes un ser privilegiado, único y empequeñecido ante el magno acontecimiento.
Una de las “matutinas” más espectaculares de este 2007 la vivimos en la cumbre del Cascajares (1.416 m), montaña de constitución caliza reconocible por su blancura, que bordeamos cuando circulamos por la carretera de Ronda a San Pedro, y que contrasta con las rojizas y oxidantes rocas peridotíticas de la Sierra de las Trincheruelas, en ese amplio anfiteatro que recoge las aguas para formalizar el río Seco –cabecera más alejada del río Genal–, antes de unirse al río de Igualeja y dar vida al Valle del Genal, auténtico paraíso ecológico y etnográfico de la Serranía. Aquí, lo más normal es subir desde la Fuenfría Alta –es lo que hicimos nosotros– por un camino que ha sustituido a la vieja trocha de toda la vida, atrás vamos dejando la fresquísima fuente de la Fuenfría, las ruinas de los edificios que albergaron a los obreros de la antiguas minas de magnetita del Robledal, además de algunos ranchos y los bancales donde inicio su escabrosa vida bandolera Flores Arrocha. Casi sin darnos cuenta afluimos a un collado desde donde se retoma el tradicional sendero que se encamina por toda la cuerda hasta la base de la montaña, tras un último repecho se accede a la cima, coronada por un geodésico. Desde este balcón, situado estratégicamente como nexo de unión de espacios tan singulares como Sierra Bermeja, Valle del Genal y Sierra de las Nieves, se obtienen unas panorámicas envidiables, siendo abarcables un sin fin de montañas, valles y cañadas que se difuminan al sur con el azul mar Mediterráneo, las costas africanas y el reivindicado Peñón de Gibraltar; pero el azar nos brindó un espectáculo añadido que engrandeció, si cabe más, la mañana; nos referimos a las barbas del levante, un curioso fenómeno atmosférico consistente en densas y deslizantes masas nubosas que recorren los perfiles de Sierra Bermeja dejando humedecidos y empapados los fragosos pinares negrales, endémicos de esta cordillera. Estas nieblas suman un buen número de litros de agua a las ya de por si, altos registros pluviométricos, motivo por el que existen otras plantas exclusivas o raras en estas latitudes, como el rebollo (Quercus pyrenaica). Desgraciadamente, una enorme cantera en la falda noreste mancilla el paisaje, una lastima, pues este macizo se nos presenta como un frágil espacio natural de vital importancia al cumplir funciones de corredor verde entre los parajes antes reseñados. Es lugar de paso obligado para las aves en sus ciclos migratorios, siendo fácil observar en cualquier mes del año el planear de la majestuosa águila real o el cadencioso vuelo de los buitres leonados a merced de las corrientes térmicas. Muy cerca de esta montaña crece el pinsapo (Abies pinsapo), y esta actuación impedirá la expansión del abeto andaluz, que se encuentra en claro riesgo de extinción.
Las “vespertinas” son otra historia, en este caso se comienza a caminar a la caída de la tarde y el objetivo es apostarse en un buen lugar para embelesarse con el solis ocasus, uno de los acontecimientos más renombrados por los viajeros románticos que visitaron nuestra tierra durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Al menos, en este aspecto, parece que nada ha cambiado y las puestas de sol siguen siendo tan espectaculares como antaño, haciendo las delicias de toda persona sensible y que se deje seducir por la magia de tan efímero momento. Como bien dice nuestro compañero Carlos Tapia, genialmente apodado por el singular Juani “Comandante Preston” como “el coleccionista de atardeceres”, hay que buscar los días que corra el viento de poniente, lo que nos asegura unos cielos limpios y matizados, y si además tenemos la suerte de nos acompañen algunas nubes, mejor que mejor, la foto está asegurada. En lo que llevamos de verano, hemos tenido la oportunidad de realizar varias subidas vespertinas, como al Jardón y el peñón de Benadalid, ambas en el Valle del Genal, al cerro de los Sauces, en Sierra Bermeja, o las del cerro Coros y Torreón (1.654 m) cota más elevada del Parque Natural Sierra de Grazalema y de la provincia gaditana, que nos deparó un impresionante espectáculo, cuando por el mes de junio avistamos desde su cumbre el paso de un cometa que dejó tras de si un enorme halo de polvo de estrellas, que brillaron y dieron lucidez a la inigualable puesta de ese día. A medida que el sol se oculta, tanto las montañas del horizonte como el cielo transicionan continuamente desde los tonos rojizos a los azulados y en el firmamento comienzan a colgarse una multitud de pequeños puntos luminosos: el lucero, Martes, los astros, las constelaciones…
Nos Vemos en las Montañas
Sin duda, las más conocida de estas actividades y la que abre la temporada veraniega es la tradicional subida nocturna al Torrecilla (1.919 m), máxima altura de la Serranía y del occidente andaluz, situada como bien sabrán, en el Parque Natural Sierra de las Nieves.
Con la de este año se ha cumplido la XII edición, estando dedicada desde hace un par de años a nuestro compañero desaparecido: Antonio Gómez Cañero. Como cada año iniciamos el recorrido en el área recreativa de Quejigales, de donde partimos a eso de las 3,30 h de la madrugada, aprovechando la luz que nos brinda la primera luna llena de junio. Es todo un acontecimiento y una experiencia inigualable, sobre todo el caminar en penumbra, disfrutando del frescor de la noche y de las sombras que dibujan los pinsapos, los quejigos, las torcas y las dolinas que se extienden por toda la meseta de Quejigales, aunque el momento álgido llega con la salida del sol, que aparece tras las sierras Prieta y Cabrilla, unos años como una enorme bola naranja y otros, más discreto y difuminado por las nieblas matutinas, pero eso si, siempre distinto, con pinceladas de colores difíciles de imaginar sino es contemplando el ortus in situ; entonces y por breves instantes te sientes un ser privilegiado, único y empequeñecido ante el magno acontecimiento.
Una de las “matutinas” más espectaculares de este 2007 la vivimos en la cumbre del Cascajares (1.416 m), montaña de constitución caliza reconocible por su blancura, que bordeamos cuando circulamos por la carretera de Ronda a San Pedro, y que contrasta con las rojizas y oxidantes rocas peridotíticas de la Sierra de las Trincheruelas, en ese amplio anfiteatro que recoge las aguas para formalizar el río Seco –cabecera más alejada del río Genal–, antes de unirse al río de Igualeja y dar vida al Valle del Genal, auténtico paraíso ecológico y etnográfico de la Serranía. Aquí, lo más normal es subir desde la Fuenfría Alta –es lo que hicimos nosotros– por un camino que ha sustituido a la vieja trocha de toda la vida, atrás vamos dejando la fresquísima fuente de la Fuenfría, las ruinas de los edificios que albergaron a los obreros de la antiguas minas de magnetita del Robledal, además de algunos ranchos y los bancales donde inicio su escabrosa vida bandolera Flores Arrocha. Casi sin darnos cuenta afluimos a un collado desde donde se retoma el tradicional sendero que se encamina por toda la cuerda hasta la base de la montaña, tras un último repecho se accede a la cima, coronada por un geodésico. Desde este balcón, situado estratégicamente como nexo de unión de espacios tan singulares como Sierra Bermeja, Valle del Genal y Sierra de las Nieves, se obtienen unas panorámicas envidiables, siendo abarcables un sin fin de montañas, valles y cañadas que se difuminan al sur con el azul mar Mediterráneo, las costas africanas y el reivindicado Peñón de Gibraltar; pero el azar nos brindó un espectáculo añadido que engrandeció, si cabe más, la mañana; nos referimos a las barbas del levante, un curioso fenómeno atmosférico consistente en densas y deslizantes masas nubosas que recorren los perfiles de Sierra Bermeja dejando humedecidos y empapados los fragosos pinares negrales, endémicos de esta cordillera. Estas nieblas suman un buen número de litros de agua a las ya de por si, altos registros pluviométricos, motivo por el que existen otras plantas exclusivas o raras en estas latitudes, como el rebollo (Quercus pyrenaica). Desgraciadamente, una enorme cantera en la falda noreste mancilla el paisaje, una lastima, pues este macizo se nos presenta como un frágil espacio natural de vital importancia al cumplir funciones de corredor verde entre los parajes antes reseñados. Es lugar de paso obligado para las aves en sus ciclos migratorios, siendo fácil observar en cualquier mes del año el planear de la majestuosa águila real o el cadencioso vuelo de los buitres leonados a merced de las corrientes térmicas. Muy cerca de esta montaña crece el pinsapo (Abies pinsapo), y esta actuación impedirá la expansión del abeto andaluz, que se encuentra en claro riesgo de extinción.
Las “vespertinas” son otra historia, en este caso se comienza a caminar a la caída de la tarde y el objetivo es apostarse en un buen lugar para embelesarse con el solis ocasus, uno de los acontecimientos más renombrados por los viajeros románticos que visitaron nuestra tierra durante los siglos XVII, XVIII y XIX. Al menos, en este aspecto, parece que nada ha cambiado y las puestas de sol siguen siendo tan espectaculares como antaño, haciendo las delicias de toda persona sensible y que se deje seducir por la magia de tan efímero momento. Como bien dice nuestro compañero Carlos Tapia, genialmente apodado por el singular Juani “Comandante Preston” como “el coleccionista de atardeceres”, hay que buscar los días que corra el viento de poniente, lo que nos asegura unos cielos limpios y matizados, y si además tenemos la suerte de nos acompañen algunas nubes, mejor que mejor, la foto está asegurada. En lo que llevamos de verano, hemos tenido la oportunidad de realizar varias subidas vespertinas, como al Jardón y el peñón de Benadalid, ambas en el Valle del Genal, al cerro de los Sauces, en Sierra Bermeja, o las del cerro Coros y Torreón (1.654 m) cota más elevada del Parque Natural Sierra de Grazalema y de la provincia gaditana, que nos deparó un impresionante espectáculo, cuando por el mes de junio avistamos desde su cumbre el paso de un cometa que dejó tras de si un enorme halo de polvo de estrellas, que brillaron y dieron lucidez a la inigualable puesta de ese día. A medida que el sol se oculta, tanto las montañas del horizonte como el cielo transicionan continuamente desde los tonos rojizos a los azulados y en el firmamento comienzan a colgarse una multitud de pequeños puntos luminosos: el lucero, Martes, los astros, las constelaciones…
Nos Vemos en las Montañas
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