lunes, 19 de octubre de 2015

EL PAISAJE COMO SEÑA DE IDENTIDAD DE ANDALUCÍA


Rafael Flores Domínguez- Rondeño con vocación de serrano

A muchos de vosotros (“ustedes”, expresaríamos en andaluz) os resultará intrascendente el que aquí se afirme con rotundidad, firmeza y hasta con coraje, que una sociedad sin respeto, admiración y defensa a ultranza del paisaje que le acoge está avocada, sin más remisión, a la indolencia, a la mediocridad, a la decadencia y al ostracismo como entidad vital. Pero vayamos por parte; a que llamamos “paisaje”. Según la RAE (Real Academia Española): “es la extensión de terreno que se ve desde un sitio” y, por lo tanto, del conjunto de elementos divisables en dicho plano. En base a esa definición, los expertos nos hablan de cuatro tipos: paisajes naturales, paisajes rurales, paisajes urbanos y paisajes culturales. No es nuestra intención hacer una descripción de cada uno de ellos, ya que los propios enunciados desvelan, más o menos, a que nos referimos. De manera genérica, en este artículo de opinión personal, cada cita al paisaje lo hará en el más amplio y estricto sentido generalista de su consideración.

Quejigos de montaña en el Parque Natural Sierra de las Nieves

De todos es sabido que las administraciones a nivel mundial, europeo, estatal y nacional (de Andalucía), han mostrado un cierto interés en el concepto paisaje, ya sea ante el refrendo de convenios y compromisos o en la elaboración de leyes reguladoras y proteccionistas. Por citar algunas, allá por los años 90 del pasado siglo se firma en Florencia el Convenio Europeo del Paisaje, un documento elaborado en el seno del Consejo de Europa cuyo propósito es auspiciar políticas tendentes a proteger, planificar y gestionar los paisajes europeos de cara a su conservación y mejora.
El Instituto del Patrimonio Cultural, dependiente del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, en su Plan Nacional define al Paisaje Cultural como “el resultado de la interacción en el tiempo de las personas y el medio natural, cuya expresión es un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales, producto de un proceso y soporte de la identidad de una comunidad". El Estatuto de Autonomía de Andalucía, en su artículo 10.3 establece como objetivo básico “la mejora de la calidad de vida de los andaluces y andaluzas mediante la protección de la naturaleza y del medio ambiente, la adecuada gestión del agua y la solidaridad interterritorial en su uso y distribución, junto con el desarrollo de los equipamientos sociales, educativos, culturales y sanitarios, así como la dotación de infraestructuras modernas”. A su vez, el artículo 28.2 del mismo texto “garantiza el derecho a vivir en un medio ambiente equilibrado, sostenible y saludable mediante una adecuada protección de la diversidad biológica y los procesos ecológicos, el patrimonio natural, el paisaje, el agua, el aire y los recursos naturales”. El Estatuto andaluz, en el artículo 195 sobre conservación de la biodiversidad, también dice: “los poderes públicos orientarán sus políticas a la protección del medio ambiente, la conservación de la biodiversidad, así como de la riqueza y variedad paisajística de Andalucía, para el disfrute de todos los andaluces y andaluzas, y su legado a las generaciones venideras”. Además, aprueba leyes como  la7/2010, de 14 de julio, de la Dehesa de Andalucía, y la 9/2010, de 30 de julio, de Aguas de Andalucía. Para que valdrá tanto legajo, dirán algunos, teniendo como precedente el polémico caso del proyecto urbanístico Merinos Norte, donde en una de las mejores dehesas de la Serranía de Ronda, incluida en la Reserva Mundial de la Biosfera Sierra de las Nieves, se han cortado miles de encinas, abierto viales y puesto en peligro los recursos hídricos de toda la zona de influencia.

Bosque de niebla en el Llano del Juncal (Parque Natural Los Alcornocales)

Tampoco aporta mucha garantía para la protección del paisaje el POTA (Plan de Ordenación del Territorio de Andalucía), que según palabras transcritas de la web de la Consejería de Medio Ambiente: “es un instrumento de planificación y ordenación integral que establece los elementos básicos para la organización y estructura del territorio andaluz. Además, es el marco de referencia territorial para los planes de ámbito subregional y para las actuaciones que influyan en la ordenación del territorio, así como para la acción pública en general” y entre cuyo objetivos leemos: “contribuir a un desarrollo territorial sostenible, cohesionado y competitivo de Andalucía. En este sentido, el ejemplo más claro del compromiso del POTA con el desarrollo sostenible es su apuesta por un modelo de ciudad compacta, funcional y económicamente diversificada. Este modelo significa generar proximidad y una movilidad asegurada por altos niveles de dotaciones de infraestructuras, equipamientos y servicios de transportes públicos, vincular el crecimiento urbanístico a la disponibilidad y suficiencia de los recursos hídricos y energéticos, y adecuar el ritmo de este crecimiento a la efectiva implantación de las dotaciones y equipamientos básicos, los sistemas generales de espacios libres y el transporte público”. Bonitas palabras, elogiables apuestas, pero la realidad y el compromiso no va más allá de meras intenciones.
En el Atlas de Andalucía, elaborado en 2005 por la Consejería de Medio Ambiente, se expresa de manera meridiana, a través de una zonificación del espacio geográfico, un mapa de paisajes que contempla 32 demarcaciones y 422 tipos de unidades paisajísticas, lo que viene a refrendar la notoriedad de Andalucía en el contexto europeo.
En el seno del paisaje andaluz, tanto el patrimonio agrosilvopastoril, como las vías pecuarias y caminos municipales, además de ser bienes públicos y depositarios del devenir histórico de nuestra tierra, son, muy a menudo y para desgracia nuestra, ultrajados, vallados o cortados ante la inacción de las administraciones y, lo peor de todo, ante el manifiesto pasotismo de un amplio sector de la ciudadanía, que le preocupa más los tatuajes de Messi, lo que ha comido la Pantoja en prisión o donde pasará las vacaciones el sinvergüenza de Jordi Pujol. Fíjense ustedes y vean lo sintomático que resulta comprobar que en el amplio listado de especuladores y políticos corruptos, muchos sean considerados héroes y salvadores de la patria; eso sí, forrándose a consta de todos y engrosando sus cuentas bancarias. De nada sirve y, mucho menos les preocupa a estos granujas, los sometimientos a juicios públicos de gran repercusión mediática si después, algunas desvergonzadas televisiones, carentes de ética y moral, llegan a pagar cifras millonarias para que nos cuenten su cuitas.  Por supuesto, mucho más que ellos, uno siente vergüenza ajena contemplando como el escarnio siempre es insuficiente y, como tras un corto periodo en la cárcel, salen de rositas para seguir viviendo tan panchos, mientras miles de andaluces sufren lo indecible para salir adelante o son desahuciados como si no les asistiera el derecho a tener un “techo” digno donde cobijarse. La imagen en televisión de los vitoreos y manifestaciones de cariño a estos ladrones y míseros chorizos delatan el punto de degradación de una parte de la sociedad, a la que parece importarles más esas cuestiones banales, que enfatizar en el aprecio y puesta en valor de nuestras señas de identidad: en este caso, el paisaje. Así nos va.

Flysh en la costa gaditana

No podemos olvidar, por mucho que nos pese, los años gloriosos del pelotazo, los tiempos de la vorágine especulativa y destructiva del paisaje, sobre todo en las costas andaluzas, cuando se cimentaba a base de tramas urbanísticas y de corruptela a nivel institucional, la grave crisis económica que hoy padecemos y que los ecologistas, esos seres raros, mal vestidos, encabronados en contra del progreso y el desarrollo, ya atisbaron, y cuyo negro panorama, los ciudadanos de a pie, ahora sufrimos. Llevaban más razón que un santo cuando predijeron la situación de emergencia social que hoy soportamos. Desgraciadamente, en su momento, nadie les echó cuenta, sobre todo la administración, más pendiente de los pingues beneficios por aprovechamientos urbanísticos que en impedir la destrucción del paisaje. Con cuanta fruición se espetaba por parte de los listos de turno la frase: “esos son tres o cuatro chalaos que no tienen otra cosa que hacer”. Esos tres o cuatro pueden tener la conciencia tranquila, circunstancia que no podrán esgrimir cientos de especuladores acusados, imputados, pendientes de juicio, en la cárcel o en paradero desconocido. Aprendamos la lección.
Aunque el panorama es ciertamente opaco, ilusiona ver algunos rayitos de esperanza. La irrupción de nuevas fuerzas políticas ha condicionado, en muchos casos, las políticas de los nuevos gobiernos autonómicos y municipales, acostumbrados como es sabido al mangoneo y a la interposición de los intereses partidistas por encima de los generales. Igualmente, frente a los desmanes de los poderes financieros y políticos, los ciudadanos de a pie cada vez se organizan mejor en colectivos que luchan por un nuevo orden y allanan el camino hacia la restitución de la moralidad y la solidaridad como principales ejes de la convivencia. Aún falta el salto cuantitativo; el de una sociedad aún demasiado acomodada en la complacencia. En tanto eso pasa, a la lucha por la defensa del paisaje andaluz se suman colectivos como las sociedades patrimonialistas, antes ceñidas al ámbito urbano y actualmente con sus reivindicaciones orientadas también a la conservación del acervo natural, rural y cultural.
Realmente, resulta llamativa la labor de ilustración que, a veces, sin saberlo, realizan los clubes senderistas en pro de la preservación del paisaje. Gracias al uso de Internet, el gran público tiene acceso directo a lo que más toca a la sensibilidad del ser humano: la imagen. La propagación de los incuestionables valores estéticos de Andalucía a través de las fotografías expuestas en blogs, páginas webs y en las diferentes redes sociales tienen un impacto muy positivo en la percepción del paisaje como un bien a proteger y como signo identitario del ciudadano con su territorio. Cuantas veces, tras la publicación de una foto de tinte paisajístico en Facebook, Twitter, Instagram, Google +… leemos comentarios de asombro y admiración por descubrir un lugar paradisiaco de nuestro entorno más cercano
Resultan tan abrumadoras las peculiaridades del paisaje de Andalucía con respecto a otras nacionalidades y regiones de Europa, que no se entiende la falta de apego de nuestros conciudadanos a tan preciado bien. Más que preocupante es el caso de que muchos andaluces valoren más y mejor otros territorios antes que el nuestro, lo que demuestra un gran desconocimiento y cierto complejo de inferioridad del que aún no nos hemos despojado y que impide que esta tierra prospere al nivel de las más avanzadas. Al menos, como signo inequívoco de la importancia del paisaje como seña de identidad, subsisten las innumerables crónicas de aquellos viajeros románticos, centroeuropeos y americanos principalmente, que entre los siglos XVIII y XIX hallaron en tierras andaluzas tema de cultivo para satisfacer la avidez de lectura en la Europa preindustrial, con el paisaje y el paisanaje andaluz como epicentro de las narraciones.
El paisaje, entendido como un recurso imperecedero y variado, representa una gran oportunidad de futuro, un revulsivo en que sustentar el despegue económico; podría ser la fórmula que Andalucía necesita para despojarse de las cadenas que la atan a la pobreza, al paro, al subdesarrollo y a la sumisión. No creo a los que malintencionadamente aseveran que los andaluces carecemos de conciencia como pueblo. Por el contrario, si creo que, por motivos que ahora no vienen al caso, ciertos poderes se han encargado de dormitar adrede el interés de los andaluces ante cualquier atisbo que desvele la razón de un país que, en palabras de Pedro Ruiz-Berdejo Gutiérrez: “es una nación con sujeto, verbo y predicado”.

Las cumbres más altas de la Península se hallan en Andalucía (Parque Nacional de Sierra Nevada)

El día que salvaguardemos nuestra historia, que no es precisamente la que les cuentan a nuestros hijos en los colegios; el día que posicionemos nuestra cultura, no la de “pitos y flautas”, entre las prioridades del conocimiento;  el día que defendamos con uñas y dientes nuestros productos y manufacturas; el día que dignifiquemos nuestra lengua, esa de la que se mofan ciertos políticos de pacotilla y series televisivas… ese día, sin duda, Andalucía obtendrá el respeto y recuperará el orgullo perdidos. El día que demostremos el mismo ahínco y pongamos el mismo énfasis en todas esas cuestiones relacionadas anteriormente, tal como lo hacemos en la celebración de romerías, ferias y fiestas, ese día, no me cabe duda alguna, dejaremos de ser una Andalucía subsidiada, dependiente, menospreciada y sin rumbo. No es un hecho aleatorio que las Comunidades del Estado español más prosperas sean aquellas que defienden sin ningún tipo de recelos sus paisajes, ya sean naturales, rurales, urbanos o culturales… que las más desarrolladas sean aquellas que se muestran más reivindicativas y defensoras de su patrimonio material e inmaterial.
Como apunte positivo, que de ello también lo hay,  resaltaré que gracias a la dilatada historia de Andalucía, auténtico crisol de culturas desde los más tempranos períodos de la humanidad, y a un paisaje singular sometido a distintos parámetros geográficos y antrópicos, podemos desvelar que, con el paso de los tiempos, se ha forjado un “paisaje humano” igualmente particular, digno de pormenorizados estudios antropológicos que desvelarían entre otras peculiaridades, el sentido universal de los andaluces y de lo andaluz, una característica propia o un don, como quieran verlo, que deja entrever a un pueblo sumamente solidario e integrador.
El paisaje: “extensión de terreno que se ve desde un sitio”, más allá de esa mera acepción viene a vislumbrar las huellas indelebles de nuestro pasado. Es la crónica del devenir de las actividades humanas que nos definen como pueblo. Es  la radiografía de la historia de nuestras vidas. Esclarece preguntas transcendentales como: de dónde venimos y hacia dónde vamos. Los hombres y mujeres del Sur somos el espejo de nuestro paisaje.  Si profanamos o destruimos el paisaje, si  lo agraviamos o explotamos de manera irracional, se desvanecerán nuestras raíces en el pozo de los olvidos, desgarraremos los lazos que nos unen a la tierra que nos dio vida y nos diluiremos como pueblo en la vorágine global.
Cascada del Moro (Parque Natural Sierra Norte de Sevilla)

¡Andalucía! La de la blanca y verde, inspirada en colores que evocan el paisaje andaluz, ¿Cuándo vas a despertar?