miércoles, 5 de septiembre de 2007

CRÓNICAS MONTAÑERAS. TRAVESÍA QUEJIGALES EL BURGO











El día 12 de mayo de 2007, sábado para más señas, amaneció con un cielo azul intenso, mecido por una inapreciable brisa de poniente, lo que nos auguraba paisajes y horizontes inmensos. Como en toda gran ocasión, se respiraba un ambiente cargado de emoción, la típica de las grandes ocasiones, y es que no era para menos, nos esperaba una dura jornada montañera en la que atravesaríamos de una punta a otra uno de los espacios naturales más singulares del Sur peninsular: La Sierra de las Nieves.
A pesar de coincidir con la prestigiosa prueba de los 101 Km de la Legión, en la que por cierto, participaron un buen número de Pasos Largos; 39 senderistas nos dimos cita en la estación de autobuses de Ronda para dirigirnos al área recreativa de Quejigales, punto de partida de esta nueva aventura.
Son las 9,45 h cuando iniciamos la marcha buscando el puerto de los Quejigales, a nuestra derecha quedaba el sendero de uso público que se dirige al pico Torrecilla (1.919 m), máxima altura de Andalucía occidental. Estamos bordeando el macizo de la Sierra de la Nieve, llamada así en alusión al desaparecido negocio de los neveros; aunque ahora son los viejos pinsapares rondeños, asentados en las cañadas que se desprenden de la zona de cumbres, los que llaman nuestra atención. La fuente de Molina es suficiente excusa para hacer una paradita a la par que descubrimos en la margen contraria, una placa que homenajea a Francisco Molina, primer guarda de los que fueron montes de propios de Ronda “Monte El Pinsapar”, cedidos al estado en condonación de una deuda municipal; posteriormente pasaron a ser gestionados por la Junta de Andalucía. Tras el monolito y placa, aún son visibles los amontonamientos de piedras que antaño formaron la choza de Frasquito, como cariñosamente era conocido.
Prosigue la marcha hasta Los Coloraillos, lugar privilegiado a modo de balcón natural, con excelentes vistas, y acolchado por un manto verde que invita a sentarse, cosa que hicimos para tomar el desayuno. Pronto nos adentramos en las fragosidades del pinsapar de los Hoyos de la Caridad, siendo testigos de nuestra presencia los retorcidos y enormes pinsapos que proliferan por doquier. La cueva Oscura o del Manijero precede al vertiginoso tajo del Canalizo y su refrescante fuente, donde una nueva parada anima a tomar fuerzas para superar el desnivel más importante de la jornada.
Tras varios zigzagueos alcanzamos el puerto del Canalizo (1.560 m), punto más alto del recorrido, el cual nos abre nuevas perspectivas a la sierra, sobre todo a la cañada de las Ánimas, cubierta por un espeso pinsapar que escala hasta la casi la mismísima cumbre de Cerro Alto (1.804 m). Desde este punto se retoma el sendero que rodea el Cerro Alto de Yunquera o La Peñilla (1.685 m); otro, por el contrario, sube por la Cuesta de la Lastra hasta la base del Peñón de Enamorados (1.780 m). En los siguientes tramos andamos por una trocha algo indefinida, teniendo a vista de pájaro el inconfundible Peñón de Ronda (1.289). La presencia unos pequeños rodales de pinsapos, nos advierte de la cercanía del puerto del Hornillo, el cual alcanzamos sin mayor problema. En este punto nos reagrupamos, mientras observamos a nuestra derecha el Anden de la Cuchara y la suave silueta del cerro del Cuco, por donde discurre el sendero que baja al Puerto del Saucillo. A nuestros pies se alarga la loma de la Chaparrera, que es recorrida por un sendero que se desprende a la izquierda atravesando el conocido pinsapar de Cubero, por la otra ladera desciende la vereda que vamos a tomar y que nos llevará a recorrer la cañada de la Cuesta de los Hornillos, conocida en la cabecera como cañada de Bellina.
Casi sin darnos cuenta nos adentramos en un joven, y es que los abetales yunqueranos, masacrados sistemáticamente durante siglos, comienzan a recuperar unos terrenos que jamás debieron perder.
El siguiente hito es la confluencia con el sendero del Puerto de Bellina, pero antes admiraremos uno de los pinsapos del catálogo de árboles notables de Málaga, el conocido como Moreno. Al fondo ya se atisba el Tajo de Alberca o de los Artilleros, donde hace años anidó el alimoche, sin embargo, sobre altos riscales se yerguen un par de figuras humanas, enfundadas ambas en una elástica naranja que no nos es del todo desconocida; ¡¡ albricias, cierto es!! Nuestros compañeros Juani y Sean nos observan desde tan privilegiada atalaya haciéndonos propensos saludos que recibimos con gran alegría y alborozo. Cuando parece que el grupo está al completo, vemos aparecer entre los cedros y pinsapos a Ramón, amigo montañero de Écija, que se une a la gran comitiva. Tras los abrazos y saludos de rigor emprendemos la marcha cruzando la cañada de la Cuesta de los Hornillos, por la zona denominada: la Roaera de la Manchón. Tras adentrarnos por momentos en el pinsapar de Cubero, tomamos una bifurcación a la derecha que nos conduce al puerto de las Camaretas, custodiado por su cerro homónimo de (1.285 m). Otro breve descenso nos conduce al lecho de la cañada, siendo visible el tajo de Alberca en toda su salvaje magnificencia. Metros después sorteamos una de las paredes del tajo a través la Colaílla o la Pasadilla, para introducirnos en el pinsapar de la Chaparrera. Casi sin darnos cuenta y con el hambre haciendo mella en los estómagos, dejamos en un margen del camino la fuente de la Chaparrera y el sendero que se desprende hacia el puerto del Pilón de las Tres Puertas y Puerto del Saucillo. La cueva del Agua nos recibe con su fuente de agua algo paupérrima, dado el triste hilillo que fluye, y la sombra que proporciona esta enorme oquedad, que fue hasta fechas recientes el habitáculo perfecto para un vivero forestal. Ni dicho, ni hecho, todos callados y a comer, que es hora.
Hemos cubierto la mitad el recorrido, los cuerpos serranos están algo cansados y el calor, más de la deseable, se hace notar. Nos cubrimos de ánimo y valor y retornamos al camino. Descendemos por la pista forestal durante unos metros, atrás dejamos las instalaciones del vivero y poco tiempo después tomamos un sendero a nuestra izquierda que nos lleva rápidamente al puerto de la Paloma. Cambiamos de vertiente y una vez más nos encaminamos a la cañada de la Cuesta de los Hornillo, conocida en este tramo como Barranco del Monje. El descenso entre la sombra de los pinares es trepidante y desembocamos en un sendero, que forma parte del GR-243 Sierra de las Nieves, un recorrido al que le quedan algunos cabos por atar, pero señalizado en su totalidad, cuyo diseño y ejecución llevó a cabo nuestra asociación durante estos últimos años; esperemos verlo muy pronto homologado. Cruzamos otra vez la cañada y emprendemos una corta pero pina subida hasta el puerto de Huarte, donde se impone una parada para retomar fuerzas y reagruparnos. Estamos dando vistas a la cañada de la Encina, desde aquí oteamos el cerro de las Camaretas, con un perfil mucho más agreste del que vimos antes, y en el otro margen de la cañada nos sorprenden unos altivos picachos llamados en su conjunto como el Filar de los Ermitaños, bajo éstos y a modo de jardín queda una parcela de frutales, sobre todo de cerezos, que rodean un rancho incrustado en la roca, aunque no es visible desde nuestra posición, conocido como Casa de Huarte. Soportando como podemos las altas temperaturas, reanudamos la marcha, sorteando algunas bocas de minas debidamente cerradas por mallas metálicas, ya que son bastantes profundas. Según las fuentes consultadas, fueron de galena antimonial, aunque tampoco fue desdeñable la producción de estaño, que se hacia llevar en caballerías hasta la fábrica de hojalata de Júzcar, todo esto en tiempos de Felipe V, hace años ya… Dado que no íbamos muy bien de tiempo, desistimos de visitar sus interesantes altos hornos, para otra ocasión será. Tras caminar un buen rato por el mismo lecho de la cañada, subimos la pequeña pero dura rampa que da acceso al área recreativa de los Sauces, lugar elegido para tomar un bocado y llenar nuestras cantimploras. Por suerte, nuestro compañero Rafa Ríos, reciente operado de su maltrecha rodilla, se desplazó en su furgoneta hasta el lugar, para asistirnos con unas garrafas de agua y llevar a quien se sintiera indispuesto. Con toda la tristeza y pena del mundo, el indomable y carismático Juani, todo pundonor y corazón, decidió regresar con Rafa, los fuertes dolores en su talón le privaron de continuar con el grupo, pero persona tan grande y buena como el no podía irse así sin más, así que con el buen humor que le caracteriza, amenizó los tramos que andamos por el carril hasta el puerto de la Mujer, radiando a modo de Vuelta Ciclista a España y con un estilo que ya quisieran los Prats, las incidencias del trayecto. La Dulce Celia y Darío el Magnífico acompañaron a nuestro Comandante en el viaje motorizado. El grupo retomó el camino hasta el mencionado puerto de la Mujer, antes pudimos refrescarnos en las limpias aguas del arroyo de la Fuensanta. Después obviamos el carril que se dirige al área recreativa de la Fuensanta y comenzamos a subir por la pista que nos conduciría al antes mencionado puerto de la Mujer.
Aquí se produce otro de los momentos emotivos de la jornada, ya que las 14 mujeres de la expedición se fotografían junto al mosaico que señala este hito del camino. Abandonamos el carril y de nuevo vamos a un sendero de uso público, esta vez el que viene de El Burgo discurriendo por las lomas que separan al río de El Burgo o Turón del arroyo de la Fuensanta, afluente de este último.
El Burgo ya aparece en lontananza, lo que nos ánima a aumentar el ritmo de la marcha, de todos modos y dado que vamos bien de tiempo, podemos hacer pequeñas paradas para admirar el paisaje y contemplar un importante porcentaje del terreno recorrido, siendo visibles las inconfundibles siluetas del Cerro Alto de Yunquera y Peñón de Enamorados, además del Tajo de Alberca y los pinsapares yunqueranos. El puerto de los Lobos marca la confluencia con el camino al área recreativa de la Fuensanta, desde aquí tomamos un carril que nos llevara a nuestra ansiada meta, El Burgo, la cual alcanzamos a las 20,40 h, después de haber recorrido 30 Km. Al son de unas merecidas cervezas, brindamos por la inolvidable jornada vivida y nos conjuramos para repetir otras experiencias; siempre en las montañas, en nuestras queridas montañas.

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